domingo, 30 de diciembre de 2007

La nueva dependencia de América Latina: el papel de sus líderes políticos frente a una nueva oportunidad

Me llegó este excelente artículo de Michael Shifter, Vicepresidente de Política del Instituto de Diálogo Interamericano. Es un balance político de América Latina en el 2007 que comparto con ustedes . Entre otros temas interesantes como el de la calidad de la democracia que vivimos, la pregunta central que plantea Shifter, es si los líderes de la región aprovecharán el extraordinario crecimiento económico para redistribuir y producir las reformas sociales indispensables en América Latina. Ahí va:


En el 2007, un importante consenso parece estar creándose en América Latina. La mayoría coincide ahora en que el alto crecimiento económico, la reducción de la pobreza e incluso una cierta mejora en la reducción de la desigualdad son cambios bienvenidos y positivos, pero que no necesariamente mitigan la profunda frustración que sufren muchos en la región.Las estadísticas económicas son estimulantes y sin duda reflejan avances reales.

Sin embargo, no dicen mucho sobre la estabilidad política en la región y mucho menos sobre la calidad de su democracia. De hecho, este dinamismo de la economía y un entorno internacional favorable, lo que ha hecho es incrementar las expectativas, poniendo tensión adicional a las relativamente frágiles instituciones políticas de muchos países. La gente sabe que hay más dinero y está demandando una porción mayor de la torta. (Algunos analistas piden más paciencia, pero como dijo el canciller boliviano de origen indígena David Choquehuanca en una reunión del Diálogo Interamericano en el 2007: “¿Paciencia? Ya hemos sido pacientes por más de 500 años”.)

Por supuesto que las buenas noticias no deben ser minimizadas. Nadie cambiaría los resultados económicos tenidos en América Latina desde el 2003 —los mejores de los últimos 25 años— por las decepcionantes cifras de los años previos. De acuerdo con la CEPAL, ha habido progresos reales en el frente social, incluyendo una importante reducción del desempleo. El apretado calendario electoral del 2006, en el cual 11 de los 18 países tuvieron elecciones presidenciales, dio cuenta del poder de la agenda social y llevó a muchos observadores a sostener que la región estaba dando un amplio giro hacia la izquierda.Estas etiquetas calificando a los gobiernos de derecha o izquierda, que distorsionan más de lo que explican, afortunadamente han perdido importancia en la cobertura de los medios y el análisis en el 2007. Complejas realidades en una crecientemente diferenciada región sugieren cautela al describir las tendencias ideológicas. Cabe decir en cambio, tal como lo hace la encuesta de Latinobarómetro de noviembre del 2007: “Qué duda cabe [de] que América Latina está escribiendo su propia definición y proceso. Democracias imperfectamente semiconsolidadas, o más bien dicho, de muy lenta evolución, era lo único que nadie esperaba. No se derrumban, pero no se consolidan. Están ahí”.

Esos temas fueron evidentes en las dos elecciones latinoamericanas importantes en el 2007: Guatemala y Argentina. La confortable victoria de Álvaro Colom en la segunda vuelta en Guatemala fue una sorpresa. Su rival, el controvertido ex general Otto Pérez Molina, asumió una posición muy firme contra el crimen, lo que le permitió un abrumador apoyo en la ciudad de Guatemala. Pero Colom consiguió el apoyo rural con su énfasis en la lucha contra la pobreza y su compromiso de crear empleos, lo que a la postre le significó la Presidencia. Ahora Colom tendrá que contener la extensión de las “fuerzas oscuras” que plantean una amenaza real a la gobernabilidad de Guatemala, y al hacerlo las categorías de derecha o izquierda no le serán de demasiada utilidad.

La victoria de Cristina Kirchner en primera vuelta fue en cambio algo esperado y significó un reconocimiento al notable éxito de su esposo para sacar a Argentina de las profundidades de su crisis económica. Aun cuando está muy lejos de ser una novata —ella ha sido una activa miembro del partido peronista por muchos años—, es poco probable que su administración vaya a ser tan fácil como la de su esposo Néstor. Por un lado, una creciente inflación y los problemas energéticos pueden forzar ajustes económicos; por el otro, mantener una efectiva coalición de gobierno será un desafío formidable. La victoria de Cristina, junto con la de Michelle Bachelet en Chile en el 2006, dan cuenta de las crecientes oportunidades para las mujeres en la política latinoamericana.S

in embargo, lo que va del Gobierno de Bachelet no ha sido tan sencillo como muchos hubieran esperado, dado el consistente crecimiento del PBI chileno, cuya economía es vista por muchos como un modelo para Latinoamérica. Aun cuando el más evidente y costoso fracaso ha sido el Transantiago, el nuevo sistema de transporte público, ella ha hecho frente también a masivas protestas de estudiantes, sindicatos y otros grupos de la izquierda. Otra preocupación es que la Concertación y los partidos políticos en general están dando crecientes signos de tensión y fatiga.

En el Perú también hay una enorme frustración política. De acuerdo con Latinobarómetro, la confianza en instituciones democráticas claves permanece en niveles muy bajos a pesar o quizá debido a que hay mucho dinero en el ambiente. La aprobación de Alan García ha caído ya significativamente y el descontento emerge aun cuando la economía peruana está creciendo a un 8% anual y se ha ratificado el TLC con los Estados Unidos.

Así, muchos líderes políticos de la región están aprendiendo que distribuir la riqueza puede ser todavía más importante que generarla.En el caso del presidente mexicano Felipe Calderón, el restablecimiento del orden ha sido al menos tan importante como la producción del crecimiento. Calderón, quien ganó por margen muy ajustado una ferozmente disputada elección frente a Andrés Manuel López Obrador, podría ser calificado como la mayor sorpresa en Latinoamérica en el 2007, pues ha demostrado ser bastante más hábil políticamente que su predecesor, Vicente Fox. Él ha construido lenta y metódicamente la legitimidad y el apoyo del que carecía cuando fue elegido. Su enfrentamiento frontal a las mafias de las drogas que han sobrepasado las policías y ponen en riesgo el Estado de Derecho ha demostrado ser tremendamente popular.Por supuesto que la aproximación de Calderón trae riesgos de abusos de derechos humanos, y la experiencia colombiana justifica el escepticismo sobre su éxito final en reducir el flujo de drogas. Aun así es difícil negar la popularidad que le ha dado a Calderón la imagen de una persona que se atreve a enfrentar los problemas. Calderón ha tomado cierta distancia de una excesiva dependencia de los Estados Unidos, en mucho debido al frecuentemente desagradable debate sobre inmigración. Ha girado su mira hacia el sur, hacia Brasil y Argentina, a la vez que ha restablecido sus relaciones con Venezuela y Cuba, en parte para ganar algo de apoyo en casa entre los seguidores del PRD.

El país más grande de América Latina, Brasil, avanzó también en la consolidación de su democracia, en la medida en que Luis Inacio Lula da Silva ha tenido un auspicioso inicio de su segundo periodo a pesar de la continuidad de las preocupaciones sobre corrupción. En un golpe de suerte, Brasil ha descubierto una enorme reserva petrolera que, sumada a su desarrollo en etanol, puede convertir a Brasil en una potencia energética. En la medida en que Brasil ya se beneficia de una considerable inversión extranjera y tiene un crecimiento sostenido, este acontecimiento puede aumentar su progreso económico, y de hacerse las cosas adecuadas, ayudar a reducir las persistentes desigualdades en el país.

Actualmente, por supuesto, quien más se beneficia de los precios récord del petróleo es el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien está gastando sus petrodólares libremente en un esfuerzo por construir liderazgo regional y una coalición que se oponga a los Estados Unidos. En este esfuerzo Chávez ha logrado algunos avances consolidando sus relaciones con Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y conseguido también avances en proyectos regionales muy ambiciosos como el Banco do Sur. Pero, a la vez, está encontrando considerable resistencia como resultado de haber empujado su agenda demasiado lejos. Argentina, por ejemplo, está preocupada por la alianza de Chávez con Irán, país al que se acusa de haber orquestado las explosiones que en 1994 destruyeron un local de la comunidad judía en Buenos Aires. A ello hay que sumarle que es difícil creer que Chávez haya fortalecido su presencia regional durante la Cumbre Iberoamericana de noviembre. Además del ya famoso “por qué no te callas” del rey Juan Carlos de España, la reunión en sí misma dio cuenta de las profundas divisiones políticas y la fragmentación de América Latina.

Si bien no tuvo la misma cobertura mediática, hubo también duros intercambios entre los presidentes Tabaré Vásquez de Uruguay y Néstor Kirchner de Argentina por la disputa sobre las papeleras en Uruguay. Paradójicamente, fue esa una oportunidad ideal para que Chávez fortaleciera su liderazgo regional. Después de todo, el tema fue la “cohesión social”, y la Cumbre fue celebrada en Chile, un país gobernado por los socialistas. Cuba, además, tenía una representación de alto nivel y no había nadie presente de los Estados Unidos (¡imagínense lo que habría pasado si Bush hubiera asistido!). Tomando prestada la metáfora beisbolista favorita de Chávez, tuvo la oportunidad de hacer un home run, pero hizo un strike out.Chávez está enfrentando también serios y crecientes problemas domésticos. Las críticas y la oposición que se desató contra el fallido referéndum del 2 de diciembre (quizá la elección más importante de América Latina en el 2007), y que reveló la vulnerabilidad de su proyecto de “socialismo del siglo XXI”, no van a desvanecerse rápidamente.

La política no va a ser la misma en el 2008 ahora que las debilidades del Gobierno de Chávez se han vuelto crecientemente evidentes y las fisuras en el chavismo tienden a ser aun más pronunciadas. La notoria mala gestión del Gobierno —reflejada en el crecimiento del crimen, la inflación y la escasez de productos básicos— no va a mejorar mientras Chávez siga tomando personalmente todas las decisiones claves. Aun cuando el poder que da el dinero del petróleo no debe ser subestimado, las semillas de la decadencia del régimen son ya fácilmente percibibles.

El socialismo del siglo XXI ha encontrado también tremenda resistencia en Bolivia. Allí, la aprobación de la nueva Constitución promovida por Evo Morales y sus seguidores en una instalación militar severamente custodiada y sin la presencia de la oposición difícilmente anuncia un futuro promisorio. Morales aún tiene el apoyo de la mayoría, pero el aumento de las protestas y del encono hace difícil ver cómo el país puede ser gobernado efectivamente. En Ecuador, Rafael Correa es enormemente popular y controla la Asamblea Constituyente. La clase política tradicional está totalmente desacreditada, pero es todavía poco claro qué es lo que viene en su reemplazo y hasta qué punto la nueva Constitución puede terminar erosionando los balances y contrapesos y otras garantías democráticas.

En resumen, América Latina está viviendo mucha experimentación política e incertidumbre, justo en el momento en el que se produce su mayor crecimiento económico y reducción de la pobreza en décadas. La gran pregunta es hasta qué punto los líderes de la región serán capaces de sacar provecho de esta oportunidad (¿cuánto va durar?) y llevar a cabo las urgentes y largamente esperadas reformas sociales.

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