sábado, 13 de octubre de 2007

¿Cómo la política puede dejar de ser siniestra?

Finalmente logré ingresar a Suiza, cambiando de aerolínea para no pasar por Francia a donde no podía entrar, ni por un tránsito de treinta minutos. Me alegra que quienes han reaccionado a ese post escrito desde el Charles de Gaulle, compartan el propósito de exigirle visa a los países que nos la exigen. Ni más, ni menos. Me comprometo a que así sea si algún día somos gobierno.

Llegué ayer tarde, luego de tres semanas intensas de trabajo sobre Colombia y encuentro en caída libre a García: 19 puntos menos de aprobación en Lima, según la Encuesta de la PUCP y un poco menos en la de la Universidad de Lima. Podemos imaginarnos los bajísimos niveles de desaprobación en el interior.

Los periódicos de estas tres semanas de ausencia se han acumulado. Leo: “Se armó la Pampa” en un diario del 8 de octubre. Ahí aparece con dedo acusador Alejandro Toledo quien dice que García sabía de la “bomba” que lanzaría el congresista Gustavo Espinoza contra él por la supuesta violación de una joven en una fiesta en el mes de septiembre de este año.

A Alva Castro lo salvan a lo Tula Benitez en el Congreso y, lo peor, lo mantiene García en el Gabinete. Al ministro que no sabe, no quiere y no puede comprar patrulleros y si sabe, si puede y si quiere comprar pertrechos a sobreprecio en el Ministerio del Interior; para comenzar…

Qué pocos días hacen falta para envilecer aún más a la política; que daño le hacen estos hechos y personajes al país ya que acrecientan la percepción ciudadana que no existe actividad más sucia e innoble que ésta.

Este 16 de octubre se cumplirá un año de la partida de Valentín Paniagua. Lo extraño como persona y como político. Nos hace mucha falta. Su aprobación, al finalizar el Gobierno de Transición, bordeaba el 80%. A nadie, nunca se le hubiese ocurrido sembrar dudas acerca de de su decencia, corrección y limpieza. Recuerdo que durante el tiempo en que fue Presidente, Nicolás Lúcar lo quiso hacer, acusándolo de corrupción en su programa de televisión. Valentín llamó al set y defendió con firmeza y convicción su único patrimonio: la limpieza de su trayectoria política.

Nos alejó a ambos la valoración de un acontecimiento tan importante para el país como el Informe Final de la Comisión de la Verdad. Pero ese hecho no mermó en mi el aprecio y la gratitud hacia Valentín. Tuve el privilegio de trabajar junto a él cuando recuperamos la democracia y nos atrevimos a soñar y llevamos a la práctica las propuestas de reforma que siguen siendo indispensables para el Perú en esos ocho meses del Gobierno de Transición que nos quedaron muy cortos.

Comparto con ustedes una reflexión hecha a pedido de un grupo de amigos sicoanalistas poco tiempo después de dejar el gobierno; ideas que tienen que ver con cómo la política puede dejar de ser siniestra. Es mi homenaje a Valentín Paniagua en esta semana. Para que su memoria limpie el lodo y nos levante la moral.

¿Puede la política dejar de ser siniestra?*

No hace mucho, en una de las tantas entrevistas hechas a Valentín Paniagua sobre su gestión a cargo del Gobierno de Transición, respondió que lo que lo había mantenido lejano a los goces del poder había sido el miedo. Creo que, de alguna manera, nos expresaba lo indispensable que es en el ejercicio de la política y del gobierno, cuyo objetivo no es otro que el del poder para transformar en una u otra dirección la cosa pública, desconfiar profundamente, tenerle miedo al poder. Se mantendrá así una distancia fundamental con aquellos lados oscuros del poder que afectan y distorsionan la visión de las cosas, que nos obnubilan y nos vuelven miopes, que nos crean la fantasía de la omnipotencia, que nos envuelven en un narcisismo torpe.

Hoy, frente a lo que sucede en el mundo a partir del 11 de septiembre, sentimos una nueva degradación de la política en el ámbito internacional. La idea democrática del mundo unipolar luego de la guerra fría, cede paso a la imperiosa necesidad de la protección y la seguridad y aceptamos que se nos confisquen garantías y libertades para poder así vencer el miedo. Eso fue lo que nos pasó acá en el Perú luego de la guerra atroz desatada por Sendero Luminoso y enfrentada con violación de los derechos humanos por el Estado. Nos pasó con nuestros miles de muertos y desaparecidos, Tarata y Canal 2, Maria Elena Moyano y Accomarca.

El miedo llevó a la sociedad peruana a aceptar a quien, confiscando sus derechos y garantías, les prometió orden y seguridad. Ya sabemos lo que pasó: miles de inocentes en prisión, la mitad del territorio nacional en situación de emergencia y, en medio de la discrecionalidad del ejercicio del poder y la ausencia de contrapesos y controles, el crecimiento exponencial del autoritarismo y la corrupción.

Lo siniestro, como lo alegre, el bien como el mal, son parte constitutiva de la política porque lo son de la condición humana, de la sociabilidad, de lo privado, de lo íntimo y de lo público también.

¿Pero es posible una política no siniestra? ¿Es posible experimentar la coherencia y fecundidad de una alternativa política democrática y ética, compasiva y eficaz en el nuevo orden mundial y local?

Lo oculto pertenece relativamente a lo íntimo, a lo privado y a lo social visto como cotidianeidad; lo manifiesto es fundamentalmente lo político. La política es pública y reveladora de lo peor y de lo mejor de la especie humana en sus expresiones en el Estado y en la acción de las sociedades de nuestro tiempo.

La esfera política surge de la acción concertada de voluntades tanto en la democracia, como en el autoritarismo y en el totalitarismo. Es el lugar del ser visto y oído, la condición pública de la política se desarrolla hoy en la sociedad mediática a escala ampliada. En la política, la máscara, la trampa y lo siniestro se manifiestan hasta la nausea, mientras que lo intimo, lo privado y lo social se ocultan del juicio público. En el Perú, los “vladivideos” son documentos, a la vez, nauseabundos y moralizadores.

Sólo descubriendo la máscara, iluminando las esquinas oscuras en donde se ejerce el control, sólo lavando la Bandera, movilizándose, fiscalizando desde la prensa independiente, la máscara se torna en rostro concreto –Kouri-Montesinos-, la trampa se vuelca en verdad, lo siniestro se devela en bueno como resultado de la fiscalización pública ciudadana de la política, del poder y de toda la armazón del Estado. La acción ciudadana consciente y activa se transforma en protagonista de la lucha por las libertades y derechos de las personas solamente en la esfera publica. Es esto lo que nos sucedió acá en la lucha por la democracia en el Perú.

Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, inicia su tercer ensayo, con un epígrafe sorprendente tomado de David Rousset “Los hombres normales no saben que todo es posible”. Ahora lo sabemos en el Perú. Todo es posible: Cantuta, Barrios Altos, Schutz, Romero, Delgado Parker, Crousillat, los altos jefes de las fuerzas Armadas, los artistas, el lavado de dinero, las comisiones por las compras de armas, el narcotráfico en el poder, etc. etc.

Arendt señala el horror de la ruptura de lo que es posible humana y éticamente. El mal se voltea en mal radical cuando los victimarios, partes de una organización burocrática totalitaria, asesinan por asesinar; Arendt escribe: no importa quienes sean las victimas, judías o no judías. El mal se trueca en mal radical cuando los victimarios, partes de una organización empresarial transnacional o del Estado económico moderno, hambrean por hambrear. El mal se torna en mal radical cuando los victimarios y sus victimas se fusionan en la despersonalización total, colapsándose el libre discernimiento o la idea crítica.

Lo que nos ha espantado del siglo pasado y lo que nos horroriza de los trágicos acontecimientos de los inicios del siglo presente, hoy mismo mientras aquí hablamos, es la levedad de la ruptura de los límites, es la facilidad para transitar al mal radical en la política, en los negocios y en los Estados más poderosos. También en el nuestro.


He sido partícipe de un movimiento en contrario. He caminado con muchos y muchas en este país para el recojo de firmas por el referéndum para impedir la reelección de Fujimori en Mujeres por la Democracia, he sido parte de los esfuerzos por llevar a la Corte Interamericana el caso Barrios Altos, he visto el retorno de los asháninkas del atroz cautiverio al que los sometió Sendero en Poyeni y Puerto Ocopa en la selva de Junín, he estado en la Marcha de los 4 Suyos, he lavado junto a muchos y muchas la bandera y marchado de luto por los tres miembros del Tribunal Constitucional defenestrados, he hablado con cientos de colegas alrededor del país de lo que realmente sucedía en cada localidad y en el país a través de las radios comunitarias y locales independientes para recuperar la democracia, he sido testigo de excepción de la movilización de los jóvenes y del despertar de los intelectuales, hemos perseguido a Montesinos hasta Panamá y nos hemos movido por América para pedir sanción al gobierno de Fujimori por haber querido salirse de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Si, en política existe un movimiento en contrario y lo hemos vivido y lo vivimos en el Perú de hoy. Lo hemos gozado y disfrutado y por ello, nos hemos sentido felices. Porque la política puede ser también una fuente de felicidad humana, de realización personal y comunitaria. La experiencia concertadora, dialogante, discreta y austera del Gobierno de Transición nos demostró que es posible una política ejercida a la luz, cerca de la mirada del pueblo, que somos capaces de tejer nuevamente los puentes que la corrosiva desconfianza destruyó entre nosotros.

La política puede ser también creatividad, ética pública, acción plural, concertación. La política y el poder pueden también construir comunidad entre seres humanos semejantes y diferentes. Podemos atrevernos a pensar, porque lo hemos intentado y vivido, que es posible vivir la democracia como valor en si misma, como contribución instrumental y como aporte a la creación de los valores. La política puede ser el espacio de realización de las libertades humanas.

Pero, como ha confesado Valentín Paniagua, hay que tenerle siempre miedo al poder. Sin ese miedo, sin ese temor realista, podemos quedar infectados por lo siniestro, poco a poco, sin siquiera darnos cuenta

* Asociación de psicoterapia, 13 de septiembre del 2001

Soludarios y vigilantes,
Hasta la próxima

3 comentarios:

Cesar A. dijo...

Mario Bunge dijo en una ocasión que no confiaba en el “político de carrera”; porque, como no quiere o no sabe hacer otra cosa, hará lo que sea para quedarse en el poder.

Recomiendo ver este video realizado por estudiantes de la PUCP.

http://videos.pucp.edu.pe/videos/ver/21e068f1ded6824a5fb224de0d83ac42


Primero ante todo, esta actitud tiene que cambiar. En todos nosotros.

Cesar A. dijo...

Envío otra vez la dirección:


http://videos.pucp.edu.pe/videos/ver/
21e068f1ded6824a5fb224de0d83ac42

Dinorider d'Andoandor dijo...

Sería bueno que en verdad todos los políticos activos tuvieran más conciencia de su rol y tomaran las cosas en serio, sólo así la política dejará de verse siniestra. Nunca faltarán las ovejas negras. Pero si las blancas las vuelven más polas ya será algo.

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Bien que no les dieras el gusto a los franceses, ojalá algún día dejen de vernos como ciudadanos de tercera categoría por convicción