Varios rompimos a llorar anoche al abrazarnos y desearnos la paz en la Misa y velatorio a los estudiantes y el profesor de La Cantuta asesinados cruelmente hace 16 años por el Grupo Colina. Sus restos fueron rescatados calcinados en las fosas del Km. 14 de la Carretera a Cieneguilla, y de Huachipa. Ello fue posible por la valentía del General Robles, del Congresista Pease, de los periodistas Ricardo Uceda, José Arrieta y Edmundo Cruz, del acompañamiento solidario de Francisco Soberón; pero, sobre todo, por la tenaz e incansable lucha de las madres y hermanas, de “Los familiares de La Cantuta”.
Este es el tiempo del año en el que en las quebradas de todo el país brotan las cantutas. Esas flores frágiles y bellas que ayer fueron ofrendadas en el altar como símbolo del florecimiento de la verdad y de la justicia. Anoche nos conmovió profundamente no sólo la experiencia de los largos años de compartiendo el sufrimiento de esas familias; también nos embargó la alegría. A pesar del dolor y de la pérdida irreparable, han aflorado la verdad y la justicia, regadas con el tesón de quienes no se resignaron a aceptar el olvido y la impunidad como la última palabra.
Cuatro pequeños ataúdes contenían lo poco que quedó y se identificó de Luis Ortíz, Bertila Lozano, Dora Oyague y Felipe Flores. En los otros estaba lo que quedó de los otros, de los que, a pesar de las prueba de ADN,y del trabajo de la Fundación de Antropología Forense (EPAF) no pudieron ser reconocidos: Amaro, hijo de Raída Cóndor, el profesor Hugo Muñoz, los estudiantes Juan Mariños, Heráclides Pablo Meza, Marcelino Rosales y Robert Teodoro Espinoza. Recordemos que Luis Enrique, el hermano de Gisela Ortiz, fue el único cadáver fue rescatado íntegro de la fosa de Huachipa.
Quedó atrás el tiempo del miedo, de “Kerosene” ,´terrible apodo de Martín Rivas, hoy detenido y procesado junto a sus cómplices en el crimen; está lejos el tiempo de la soledad de los familiares y de un puñado de defensores y defensoras de los derechos humanos que decidieron no cejar. Y no cejamos.
Este abominable crimen que se quiso ocultar de la peor manera, sacó del fondo del mal una verdad que estalló en la conciencia de todos los peruanos y peruanas que han conocido y siguen conociendo los macabros detalles de ese delito de lesa humanidad por los que se juzga hoy a Alberto Fujimori y por el que han sido sentenciados ya a 35 años de prisión el ex fefe del SIN Julio Salazar Monroe y a 20 años a el ex jefe del SIE, Coronel Alberto Pinto Cárdenas y Wilmer Yarlaqué, ex miembro del Grupo Colina.
Este es el tiempo del año en el que en las quebradas de todo el país brotan las cantutas. Esas flores frágiles y bellas que ayer fueron ofrendadas en el altar como símbolo del florecimiento de la verdad y de la justicia. Anoche nos conmovió profundamente no sólo la experiencia de los largos años de compartiendo el sufrimiento de esas familias; también nos embargó la alegría. A pesar del dolor y de la pérdida irreparable, han aflorado la verdad y la justicia, regadas con el tesón de quienes no se resignaron a aceptar el olvido y la impunidad como la última palabra.
Cuatro pequeños ataúdes contenían lo poco que quedó y se identificó de Luis Ortíz, Bertila Lozano, Dora Oyague y Felipe Flores. En los otros estaba lo que quedó de los otros, de los que, a pesar de las prueba de ADN,y del trabajo de la Fundación de Antropología Forense (EPAF) no pudieron ser reconocidos: Amaro, hijo de Raída Cóndor, el profesor Hugo Muñoz, los estudiantes Juan Mariños, Heráclides Pablo Meza, Marcelino Rosales y Robert Teodoro Espinoza. Recordemos que Luis Enrique, el hermano de Gisela Ortiz, fue el único cadáver fue rescatado íntegro de la fosa de Huachipa.
Quedó atrás el tiempo del miedo, de “Kerosene” ,´terrible apodo de Martín Rivas, hoy detenido y procesado junto a sus cómplices en el crimen; está lejos el tiempo de la soledad de los familiares y de un puñado de defensores y defensoras de los derechos humanos que decidieron no cejar. Y no cejamos.
Este abominable crimen que se quiso ocultar de la peor manera, sacó del fondo del mal una verdad que estalló en la conciencia de todos los peruanos y peruanas que han conocido y siguen conociendo los macabros detalles de ese delito de lesa humanidad por los que se juzga hoy a Alberto Fujimori y por el que han sido sentenciados ya a 35 años de prisión el ex fefe del SIN Julio Salazar Monroe y a 20 años a el ex jefe del SIE, Coronel Alberto Pinto Cárdenas y Wilmer Yarlaqué, ex miembro del Grupo Colina.
La Rosa
Ayer estaba con nosotros Rosa Rojas, madre de Javier de ocho años y esposa de Manuel Ríos, asesinados cruelmente en la quinta de Jirón Huanta 840, en Barrios Altos un 3 de noviembre de 1991 junto a trece personas más, acribilladas con 155 balas disparadas a quemarropa por los miembros del Grupo Colina.
A Rosa pocos la conocen, ha estado siempre junto a los familiares de La Cantuta, del Santa, del Callao, en cada plantón y marcha, ahí estuvo siempre que pudo, cuando no la amenazaban tan seguido y le recomendábamos no aparecer públicamente por un tiempo. Venciendo su miedo, Rosa fue a Japón invitada por Amnistía Internacional a denunciar a Fujimori cuando éste estaba allá para que el pueblo japonés supiese de una víctima qué clase de criminal estaban negando a la justicia peruana.
Pero Rosa ha pasado inadvertida, aconsejada entre otros por mí de que no dijera la verdad de lo que vio aquella noche atroz porque no teníamos el poder para protegerla en esos tiempos de Fujimori y Montesinos de las innumerables amenazas e intentos de secuestro a los que ha sido sometida todos estos años por miembros del Grupo Colina. Querían desaparecerla porque ella fue quizá la única víctima que vio, cara a cara, a Sosa Saavedra y a Martín Rivas quienes con la confianza de estar protegidos por Fujimori y Montesinos, descargaron sus caserinas con el rostro descubierto. La cuidamos a costa de que le quemara dentro, todos estos años, una verdad que de proclamarla podía llevarla a la muerte. Fueron hechos que sólo confesó, con el advenimiento de la democracia, en una sesión privada a la fiscal en el juicio de la Base Naval al Grupo Colina.
Rosa María Palacios la acogió con su gran calidad humana en Prensa Libre el miércoles pasado y pudo por fin hablar públicamente; lo hizo desde el fondo de su corazón de madre, conmoviendo no sólo a la entrevistadora, sino a cuantos vimos el programa. Ojala la haya visto y oído el juez San Martín y los vocales de la Sala que juzga a Fujimori. “Siento que me he quitado un peso del alma, liberada” me dijo anoche, sentada en la sala del velatorio, en La Recoleta, sosteniendo entre sus brazos una pequeña corona que alguien había llevado a la ceremonia. Nos abrazamos.
Ayer estaba con nosotros Rosa Rojas, madre de Javier de ocho años y esposa de Manuel Ríos, asesinados cruelmente en la quinta de Jirón Huanta 840, en Barrios Altos un 3 de noviembre de 1991 junto a trece personas más, acribilladas con 155 balas disparadas a quemarropa por los miembros del Grupo Colina.
A Rosa pocos la conocen, ha estado siempre junto a los familiares de La Cantuta, del Santa, del Callao, en cada plantón y marcha, ahí estuvo siempre que pudo, cuando no la amenazaban tan seguido y le recomendábamos no aparecer públicamente por un tiempo. Venciendo su miedo, Rosa fue a Japón invitada por Amnistía Internacional a denunciar a Fujimori cuando éste estaba allá para que el pueblo japonés supiese de una víctima qué clase de criminal estaban negando a la justicia peruana.
Pero Rosa ha pasado inadvertida, aconsejada entre otros por mí de que no dijera la verdad de lo que vio aquella noche atroz porque no teníamos el poder para protegerla en esos tiempos de Fujimori y Montesinos de las innumerables amenazas e intentos de secuestro a los que ha sido sometida todos estos años por miembros del Grupo Colina. Querían desaparecerla porque ella fue quizá la única víctima que vio, cara a cara, a Sosa Saavedra y a Martín Rivas quienes con la confianza de estar protegidos por Fujimori y Montesinos, descargaron sus caserinas con el rostro descubierto. La cuidamos a costa de que le quemara dentro, todos estos años, una verdad que de proclamarla podía llevarla a la muerte. Fueron hechos que sólo confesó, con el advenimiento de la democracia, en una sesión privada a la fiscal en el juicio de la Base Naval al Grupo Colina.
Rosa María Palacios la acogió con su gran calidad humana en Prensa Libre el miércoles pasado y pudo por fin hablar públicamente; lo hizo desde el fondo de su corazón de madre, conmoviendo no sólo a la entrevistadora, sino a cuantos vimos el programa. Ojala la haya visto y oído el juez San Martín y los vocales de la Sala que juzga a Fujimori. “Siento que me he quitado un peso del alma, liberada” me dijo anoche, sentada en la sala del velatorio, en La Recoleta, sosteniendo entre sus brazos una pequeña corona que alguien había llevado a la ceremonia. Nos abrazamos.
Una periodista puede ser también sanadora.
Rosa es una muestra viva de la solidaridad. Con los míseros soles que ganaba pedaleando en la misma carretilla de helados de su esposo asesinado, y con la venta de los dulces en la Plaza Italia, crió a sus dos hijas pequeñas, la última recién nacida cuando los sucesos de Barrios Altos y también a las tres hijas de su hermana enferma a quienes nunca abandonó.
“¿Cómo nos van a oír siquiera en Washington ― me dijo un día en el que estaba particularmente cansada y triste ― si acá ninguna autoridad nos ha hecho caso?”. La animé, le dije que no perdiera nunca la esperanza, que lo lograríamos. Lo logramos. La petición que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos sometió a la Comisión Interamericana se convirtió cinco años después en una sentencia histórica de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que derribó las Leyes de Amnistía no sólo del Perú, sino las de Punto Final y Obediencia debida en la Argentina.
Rosa es una muestra viva de la solidaridad. Con los míseros soles que ganaba pedaleando en la misma carretilla de helados de su esposo asesinado, y con la venta de los dulces en la Plaza Italia, crió a sus dos hijas pequeñas, la última recién nacida cuando los sucesos de Barrios Altos y también a las tres hijas de su hermana enferma a quienes nunca abandonó.
“¿Cómo nos van a oír siquiera en Washington ― me dijo un día en el que estaba particularmente cansada y triste ― si acá ninguna autoridad nos ha hecho caso?”. La animé, le dije que no perdiera nunca la esperanza, que lo lograríamos. Lo logramos. La petición que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos sometió a la Comisión Interamericana se convirtió cinco años después en una sentencia histórica de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que derribó las Leyes de Amnistía no sólo del Perú, sino las de Punto Final y Obediencia debida en la Argentina.
Plaza Francia, la memoria de la lucha por la paz y los derechos humanos
Nunca como ayer estuvo tan llena la Iglesia de la Recoleta, ni tan festiva la Plaza Francia, tradicional lugar para los derechos humanos y la paz en nuestro país; el verdadero espacio vivo de la memoria cuya historia tenemos la obligación de rescatar.
Fue ahí que con Perú Vida y Paz, rechazamos todos y todas de blanco con el corazón de paloma azul como símbolo, el terror de Sendero y la guerra sucia. Ahí renovamos cada año nuestro compromiso por la paz y contra la violencia.
Ahí, en el mismo cuarto en el que se velaban los restos de los estudiantes y del profesor anoche, hace años, los velamos en cajas de leche Gloria luego de llevarlos en procesión. Así los entregó la Policía y la Fiscalía, matándolos nuevamente con su desprecio e hiriendo profundamente la dignidad de los familiares en el intento de quebrarlos para que no sigan con su lucha.
Fue allí que encendimos las velas cuando volvieron a asesinar a todas las víctimas con las leyes de Amnistía en 1995 y levantamos las torres de hielo que al derretirse, revelaban restos de ropa, libretas electorales, cinturones de quienes habían muerto por la violencia política, prefigurando que la verdad se abriría paso y que las leyes que imponían el olvido quedarían sin efecto, como de hecho ocurrió en el año 2001. Allí Víctor Delfín y los estudiantes de Bellas Artes, levantaron el hermoso Candelabro de la Vida. La magia de la Tarumba iluminó las cuerdas delgadas en donde dibujaron con sus ágiles cuerpos su compromiso con la justicia. Allí siempre estuvo Yuyashkani, entre tantos otros artistas solidarios
Fue ahí, en todas esas citas con la paz y los derechos humanos, que nunca faltó nuestro querido y recordado Gustavo Mohme Llona. Año a año, cada 18 de julio en esa Iglesia celebramos la misa de “La Cantuta”. Al inicio éramos muy pocos. Afortunadamente se fueron sumando personas y grupos con los años, perdiendo el miedo, despercudiendo la desidia y la ignorancia de hechos que nunca debieron ser de “otros” sino de “nosotros” tomando conciencia y despertando a una realidad cada vez más difícil de ocultar.
En esa misma plaza se conmemoraron los 20 años de la matanza de Los Penales y en el lugar exacto en el que yacían los restos de los estudiantes y el profesor anoche, hace 22 años, Pilar Coll recogía el testimonio de los familiares de los ejecutados en Lurigancho, El Frontón y Santa Bárbara en junio de 1986.
En esa Iglesia celebramos una misa de cuerpo presente el 20 de diciembre del 2002 en homenaje a las víctimas de Lucanamarca, asesinadas el 3 de abril de 1983 por una columna senderista. Los 64 féretros fueron colocados al interior de la parroquia entre ellos, los de 20 niños que fueron asesinados junto a sus madres, padres y demás familiares. La primera inhumación realizada en el país durante el valioso trabajo de la Comisión de la Verdad.
Nunca como ayer estuvo tan llena la Iglesia de la Recoleta, ni tan festiva la Plaza Francia, tradicional lugar para los derechos humanos y la paz en nuestro país; el verdadero espacio vivo de la memoria cuya historia tenemos la obligación de rescatar.
Fue ahí que con Perú Vida y Paz, rechazamos todos y todas de blanco con el corazón de paloma azul como símbolo, el terror de Sendero y la guerra sucia. Ahí renovamos cada año nuestro compromiso por la paz y contra la violencia.
Ahí, en el mismo cuarto en el que se velaban los restos de los estudiantes y del profesor anoche, hace años, los velamos en cajas de leche Gloria luego de llevarlos en procesión. Así los entregó la Policía y la Fiscalía, matándolos nuevamente con su desprecio e hiriendo profundamente la dignidad de los familiares en el intento de quebrarlos para que no sigan con su lucha.
Fue allí que encendimos las velas cuando volvieron a asesinar a todas las víctimas con las leyes de Amnistía en 1995 y levantamos las torres de hielo que al derretirse, revelaban restos de ropa, libretas electorales, cinturones de quienes habían muerto por la violencia política, prefigurando que la verdad se abriría paso y que las leyes que imponían el olvido quedarían sin efecto, como de hecho ocurrió en el año 2001. Allí Víctor Delfín y los estudiantes de Bellas Artes, levantaron el hermoso Candelabro de la Vida. La magia de la Tarumba iluminó las cuerdas delgadas en donde dibujaron con sus ágiles cuerpos su compromiso con la justicia. Allí siempre estuvo Yuyashkani, entre tantos otros artistas solidarios
Fue ahí, en todas esas citas con la paz y los derechos humanos, que nunca faltó nuestro querido y recordado Gustavo Mohme Llona. Año a año, cada 18 de julio en esa Iglesia celebramos la misa de “La Cantuta”. Al inicio éramos muy pocos. Afortunadamente se fueron sumando personas y grupos con los años, perdiendo el miedo, despercudiendo la desidia y la ignorancia de hechos que nunca debieron ser de “otros” sino de “nosotros” tomando conciencia y despertando a una realidad cada vez más difícil de ocultar.
En esa misma plaza se conmemoraron los 20 años de la matanza de Los Penales y en el lugar exacto en el que yacían los restos de los estudiantes y el profesor anoche, hace 22 años, Pilar Coll recogía el testimonio de los familiares de los ejecutados en Lurigancho, El Frontón y Santa Bárbara en junio de 1986.
En esa Iglesia celebramos una misa de cuerpo presente el 20 de diciembre del 2002 en homenaje a las víctimas de Lucanamarca, asesinadas el 3 de abril de 1983 por una columna senderista. Los 64 féretros fueron colocados al interior de la parroquia entre ellos, los de 20 niños que fueron asesinados junto a sus madres, padres y demás familiares. La primera inhumación realizada en el país durante el valioso trabajo de la Comisión de la Verdad.
Falta un buen trecho del camino
En esta saga en la que personas insustituibles como Gisela Ortiz nos siguen dando testimonio de coraje y constancia, debemos ser conscientes que la verdad y la justicia, así como la reparación se siguen negando a la mayor parte de las decenas de miles de víctimas de la violencia y el terror.
Tenemos la obligación moral y política de seguir luchando para que las recomendaciones de la Comisión de la Verdad se cumplan; tanto la ley que ordena el Plan Integral de Reparaciones a través del Consejo Nacional de Reparaciones, como las reformas institucionales en defensa, seguridad, educación, salud, haciendo presente al Estado junto a quienes han vivido secularmente en la exclusión y abandonados a su suerte. Como dijo Gustavo Gutiérrez en un artículo publicado en La República en el año 2003, a propósito de la entrega del Informe Final de la CVR, “no es con aspirinas sociales” que garantizaremos que hechos como los ocurridos no se vuelvan a repetir.
Solidarios y Vigilantes
Hasta la próxima
2 comentarios:
I agree with you about these. Well someday Ill create a blog to compete you! lolz.
sin palabras... pero no podia dejar de decir que ojala tuvieramos mas susanas en la politica, que den voz a los que no la tienen.
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